Hace ya un año y medio que vio la luz la primera edición de De juzgado de guardia. Con esta obra los autores intentábamos recoger las situaciones más simpáticas y sorprendentes acaecidas en la judicatura española: desde la peculiar declaración de un testigo, hasta una resolución judicial sui generis o el testimonio no menos rocambolesco de un acusado. Y aunque muchas anécdotas resultan verdaderas joyas humorísticas de la literatura procesal, y otras parecían diálogos entre sordos o conversaciones de besugos, y a veces asistíamos a estragos gramaticales propios de juzgado de guardia, vaya como primer alegato que en ningún caso tratábamos de mofarnos de la Justicia, institución que nos merece el mayor de los respetos. Nuestro propósito era relatar aquellas situaciones que —presenciadas personalmente o recopiladas gracias al testimonio de terceros— ilustraban el lado más humano y divertido de la relación de los ciudadanos con la Justicia: atestados policiales, actuaciones con un lenguaje jurídico excesivamente hermético, vivencias en los juzgados y pautas jurídicas que favorecían las situaciones más peculiares e inusitadas.
Como además se daba la circunstancia de que la declarante era analfabeta, la mujer preguntó animosamente al magistrado:
—Señoría, ¿me dejan que la firme con la huella genital?
El juez, que iba a lo suyo tras haber terminado, respondió con un gesto afirmativo y sin levantar siquiera la cabeza de los papeles que ocupaban su atención. Pero el secretario del juzgado, que sí se había percatado de las manifestaciones de la imputada, intervino para advertir al juez:
—Señoría, mucho me temo que esa huella no va a caber en el papel de oficio.
—Señoría, ¿me dejan que la firme con la huella genital?
El juez, que iba a lo suyo tras haber terminado, respondió con un gesto afirmativo y sin levantar siquiera la cabeza de los papeles que ocupaban su atención. Pero el secretario del juzgado, que sí se había percatado de las manifestaciones de la imputada, intervino para advertir al juez:
—Señoría, mucho me temo que esa huella no va a caber en el papel de oficio.
**********
—Entonces, usted que ahora no puede casi ni moverse, indíquenos gráficamente hasta dónde levantaba los brazos antes del accidente.
El empleado no se lo pensó dos veces, y ante la mirada atenta y atónita de su abogado, levantó el brazo por encima de la cabeza y dijo:
—Hasta aquí arriba, señor. Hasta aquí los levantaba antes sin problemas.
El juicio quedó visto para sentencia, y el trabajador lógicamente perdió el pleito. Se quedó sin pensión, pero recuperó milagrosamente la movilidad de sus extremidades.
El empleado no se lo pensó dos veces, y ante la mirada atenta y atónita de su abogado, levantó el brazo por encima de la cabeza y dijo:
—Hasta aquí arriba, señor. Hasta aquí los levantaba antes sin problemas.
El juicio quedó visto para sentencia, y el trabajador lógicamente perdió el pleito. Se quedó sin pensión, pero recuperó milagrosamente la movilidad de sus extremidades.