lunes, marzo 30, 2009

Joaquín Sabina - Puntos suspensivos



Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.

Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos.

domingo, marzo 22, 2009

Paradojas


El otro día leí en el periódico una noticia tan curiosa como sobrecogedora, aunque habrá quién le encuentre su lado chusco: un enterrador falleció al venírsele encima la tierra destinada a ser túmulo de la tumba que excavaba. Este tipo de sucesos son los que le hacen ver a uno el remolino de paradojas cósmicas a la que ha de enfrentarse nuestro maltrecho carácter humano. ¡Qué fatídico destino poseía este pobre hombre para perecer de semejante manera! ¿Quién le diría a él -que seguramente sentía una cierta sensación de suficiencia mientras cubría el foso de los demás con pesadas paladas de tierra- que no necesitaría de la mano de ningún otro hombre para cavar su propia tumba?

Claro que el anecdotario crece día a día y hoy nos sorprenden en el telediario con la noticia de un hombre chino que, a pesar de ser el primer trasplantado de pene del mundo y del éxito de la operación, quiere que se lo vuelvan a quitar, debido al rechazo psicológico que le provoca. No sabría decir qué es más extravagante, si la operación en sí o la decisión del trasplantado. Llegados a este punto, hay que tirar de empatía y tratar de ponerse en la piel del paciente. A mí, desde luego, no me agradaría demasiado andar por ahí con la pilila de otro por muy dotado que estuviese el donante. Bien contento que estoy con la mía para que en caso de perderla accidentalmente (cruzo los dedos para que nunca suceda) alguna otra pueda venir a sustituirla, así, tan alegremente. Por lo que, solidarizándome con el chino en cuestión, comprendo su decisión y la comparto plenamente: mejor castrado hasta la máxima expresión que con picha prestada. Por otro lado, uno no puede evitar hacerse preguntas también sobre el donante: ¿habrá sido suya la decisión, anterior a su muerte inmediata, o sería la familia quién la tomó por él? ¿tan orgulloso estaba de su pene para andar por la vida dispuesto a donarlo al primer necesitado que lo demandase? Los interrogantes pueden parecer absurdos pero mucho me temo que de aquí a nada andaremos a vueltas con el debate ético y legal sobre estas cuestiones. No deja de ser curioso que, si bien defiendo al chino, desde el punto de vista del donante, la actitud del oriental puede interpretarse como un acto de soberbia imperdonable, al despreciar lo más íntimo de la natural generosidad del otro. ¡Menudo lío!

En fin, así de complejo y de simple es a la vez el ser humano. Recuerdo uno de los ensayos de Borges (La muralla y los libros - Otras inquisiciones) en el que se sorprende de que, Shih Huang Ti, promotor de una de las obras más ostentosas del mundo, la Gran Muralla China, fuese a la vez el instigador de que se quemasen todos los libros anteriores a su imperio con la intención de borrar cualquier huella de la historia precedente. Magnificencia en la construcción y la destrucción que lleva a Borges a interrogarse sobre la relación temporal y causal de estos dos hechos tan inmensos como opuestos. Las conclusiones a las que se puede llegar nunca son definitivas ni lo suficientemente convicentes como para afirmar que todo tiene una explicación razonable. Por eso, todas las opiniones son potencialmente válidas y nosotros, pura paradoja.


Neuromante

Objetos


Hoy en día nos hemos acostumbrado a que todo tenga precio y fecha de caducidad. El fenómeno traspasa los objetos puramente físicos para adentrarse en una nueva dimensión, la de los sentimientos, la de nuestras vidas, en definitiva, como hombres sapiens consumistas que somos o aspiramos a ser. Atrás quedaron ya los rancios compromisos matrimoniales; atrás quedó la época en que convivir con la misma persona durante toda la vida era síntoma de sentimientos robustos y garantía de familias psicológicamente saludables. Lo nuevo, lo real, lo auténtico, es el amor pasional, intenso, atrevido, que expira en el mismo momento en que empieza a desfallecer. Nada de hipocresías. ¿Quién se cree esa milonga del amor de por vida!: los necios, los ignorantes, los ilusos, los petimetres que no pueden salvarse a ellos mismos y pretenden arrastrar en su deriva a su pareja, a sus hijos y a todo hijo de madre que se precie. Los otros, los coherentes, los sabios, los apátridas del amor, bien saben que no pertenecen a nadie y que, por tanto, nadie les pertenece.


Y mientras la lucha se decanta a favor de los segundos, este mundo se parece cada vez más al que un día dibujó Aldous Huxley, donde todos necesitan de todos para hacer realidad su fantasía de relaciones promiscuas y superficiales pero donde, al mismo tiempo, ya nadie precisa de nadie, porque la supervivencia de la especie está garantizada gracias a la fabricación en serie de niños probeta, a las guarderías institucionales y al efecto narcótico de los centros comerciales. Somos tan inmensamente felices que la felicidad nos llega a causar dolor y todo porque hemos hecho una pequeña trampa, hemos caído queriéndolo, en el efecto boomerang del goce colectivo. Toda esa felicidad infinita no alcanza a satisfacernos porque no hemos erradicado el ser egoísta que llevamos dentro; el monstruo dispuesto a tratar a los demás como objetos se resiste abiertamente a verse tratado como un objeto; el fantoche que con su dinero paga los servicios de una prostituta grita más alto que nadie que su dignidad (la de él, no la de la puta) no tiene precio y la rompecorazones de instituto que presume de haber tenido más relaciones que catarros, lamenta desconsoladamente que nadie sepa reconocer su valía como persona.


No sé por cuánto tiempo resistiré, pero trato de mantenerme bien alejado de las normas sociales rígidas que lo mismo confunden mi razón que mis sentimientos y tanto me da que sean conservadoras como liberales. Entre el blanco y el negro existe una enriquecedora escala de grises que me guarece de las inclemencias de la oscuridad y de la luz cegadora. Cuando siento algo por una mujer, calibro esos sentimientos y los que ella pudiera tener. Aunque descubra que puedan ser prometedores no les doy la credibilidad de la infinitud pero tampoco pretendo explotar toda la traca para disfrutar sin demoras del estampido final. He ahí la razón de mi fracaso. No entiendo a los demás como objetos. Me resisto a utilizar a los demás como objetos aun cuando los demás no estén dispuestos a hacer lo mismo conmigo. En esa relación de trato desigual no hay lugar para las comparaciones y mucho menos para los lamentos. Sé a lo que me enfrento y lo asumo sin rencores. ¿Quién va a querer verme envejecer?¿Quién va a estar dispuesto a soportar mis manías? ¿Quién sufrirá mis defectos? ¿Quién podrá disfrutar de mis michelines y de mi cuerpo contrahecho? Sólo hay una posible respuesta: Quien quiera que la vea envejecer. Quien quiera que esté dispuesto a soportar sus manías. Quien quiera que tolere sus defectos. Quien desee que la ame por encima de lo puramente estético. ¿Todavía queda alguna mujer así? Dios lo quiera.


Neuromante

Retrato de una mentira


La senda que discurre junto al río es demasiado angosta para acoger su rabia, aunque cómplice solícita de sus sollozos, que se mezclan con el chapoteo rítmico e incesante de unos raídos zapatos de charol. Gime al socaire de los árboles y pisa cada vez con más determinación, al tiempo que el vestido nuevo de muselina verde se va llenando de pequeñas salpicaduras de barro. Tiene un cuerpecito delgado y frágil, la tez muy pálida y una piel que roza la transparencia, con multitud de delicadas venas surcándole el rostro y los brazos. Me pregunto cuál será la causa de su aflicción, qué clase de angustia la impulsará a caminar sin rumbo entre los álamos blancos.

***

─¡Le felicito sinceramente, señor! Esta obra es digna de lo más granado del arte impresionista. De aquí a nada lo veo a usted exponiendo sus obras en Marmottan, d’Orsay, Fabre o el mismísimo Louvre. ─ Tanta adulación siempre me ha causado cierto desasosiego porque hace que irrumpa en mí la sombra de las dudas, pero viniendo del señor Dupin, los comentarios halagüeños nunca han de tomarse como una trivialidad obsequiosa sino, simplemente, como una perversa mentira.

─¡Dios lo oiga, señor Dupin, pero creo que de momento será mejor que no abandone la tahona si no quiero morirme de hambre!

***

Qué afortunado soy. Puedo contemplar escenas emocionantes incluso cuando estoy limpiando mis pinceles. En realidad, no sé si soy testigo azaroso de lo que sucede o si es mi mente, con sus deseos, la que traza mi destino, pero cierto es que hace unos minutos me lamentaba de la excesiva calma del humedal y no ha pasado ni un suspiro hasta que ella ha aparecido río arriba. De pronto, se derrumba y deja caer todo su ligero peso sobre las rodillas, que ceden sin mostrar resistencia, en medio del camino. Voy a acercarme. Me intriga su comportamiento pero temo asustarla. No es mi intención asustarla.

─ ¿Por qué lloras? ¿Te ha sucedido algo malo? ─ Como era de esperar, reacciona con estupor, pues se creía a solas con su tormento. Trato de disculparme por entrometerme de aquella manera, le acerco mi pañuelo para que seque sus lágrimas y ella parece aceptar mis disculpas con agrado.

***

─ Pues si no piensa exponer ese cuadro en ningún museo, sería una verdadera pena que dejara pasar la oportunidad de vendérselo a alguien como yo, que sabe apreciar el arte en su justa medida. Porque el verdadero arte, amigo, es aquél que trasciende la mera belleza de lo representado para adentrarse en su compleja realidad emocional. Y usted, créame, ha sabido plasmar en esa grácil muchacha los sentimientos de un Dios vulnerable y enervado ante la maldad humana.─ El señor Dupin, en su empeño por alabar mi pintura había revelado su verdadera intención, la de hacerse con el cuadro. Pero aquel cuadro jamás sería vendido ni por toda la plata de Potosí.

***

Ahora que la veo más calmada, estoy pensando en llevarla a mi escondrijo del viejo molino y enseñarle el paisaje que estoy pintando. Seguro que le gustará o, al menos, se distraerá y olvidará por un momento sus penas, cualquiera que fuesen. En efecto, su rostro está más relajado, y aunque todavía no me ha confiado el porqué de su desdicha, seguro que lo hará. El paisaje le ha gustado mucho y no para de hacerme preguntas sobre mi afición por los pinceles. Parece interesada de verdad.

***

─Lamento decirle, señor Dupin, que no puedo venderle ese cuadro. Pídame cualquier otro, le haré uno por encargo si quiere, pero el cuadro de la muchacha desnuda en el río no se lo vendería ni a su maltrecho Napoleón, aunque el emperador tuviese a bien resucitar para comprármelo. Porque esa muchacha que usted audazmente interpreta como la representación misma del maniqueísmo entre la grandeza de Dios y la iniquidad del hombre, no es fruto de mi imaginación, sino una mujer de carne y hueso que un día se interpuso en mi vida, más concretamente, entre mi lienzo y yo.

***

Esperaba el relato de una discusión con su madre o, tal vez, diferencias con alguna de sus amigas o la intransigencia de un padre que se indigna por la actitud rebelde de su hija. Pero lentamente, con un hilo de voz y declamación entrecortada, va trazando su particular historia y revelándome la causa de su dolor.

***

─ Ustedes, los artistas, tienen fama de mujeriegos. Si guarda con tanto celo el retrato de una mujer desnuda, puedo adivinar que se tratará, sin duda, de una de sus amantes.

─ Bueno, señor Dupin, usted tiene todo el derecho del mundo a pensar lo que quiera. Lo de mujeriego no va conmigo. En ese sentido debo de ser un mal artista. Lo que sí puedo confiarle es que esa mujer del cuadro es la única a la que he amado verdaderamente.

─ Pero usted no es un hombre casado, por lo que deduzco que alguna desgracia se habrá interpuesto entre usted y esa doncella para no llegar a estar juntos. O quizás, y perdone mi atrevimiento, algún otro hombre menos honesto que usted pero más afortunado.

─ No va usted mal encaminado. En realidad, me abandonó porque no fui capaz de darle un hijo, que era lo que ella más deseaba. De allí a un tiempo, se casó con el alfarero y tuvieron cinco hijas como cinco botijas, que muy apropiada me viene al caso la comparación. Nadie sabe hacia dónde partieron; en cualquier caso, nunca he vuelto a saber de ella.

─ Lo que no entiendo es por qué, si lo trató con tan poca consideración, ahora se empeñe en conservar ese lienzo, y con él, su recuerdo.

─ Porque un día, en mi viejo molino, una muchacha de mirada triste y aspecto enfermizo me reveló el amor más auténtico y, a cambio, le prometí que ese cuadro me acompañaría hasta la tumba.

***

Quién me iba a decir que tras escucharla iba a ser yo el que acabase llorando y sumido en la más turbadora aflicción. Al parecer, había llegado hasta sus oídos, la conversación entre dos criadas que trabajaban al servicio de sus padres. Las dos indiscretas confidentes se mostraban alarmadas ante el hecho de que ella, la hija menor del matrimonio, aún no supiese nada de sus verdaderos orígenes. En realidad, había sido vendida por una mujer que no podía criarla porque, según les escuchó decir, no contaba con el apoyo de su progenitor, quién acabó desentendiéndose de ambas. Entre bisbiseos, pudo escuchar el mote que atribuían a su madre: “La tahonera”. La abracé, la abracé con todas mis fuerzas, tantas, que no me quedaron ya más para contarle la verdad, una verdad que me sorprende incluso más a mí que a ella misma. Después de tantos años descubro que tengo una hija, una hija que me negó la mujer que amaba y a la que privó también de su verdadero padre, pero que el destino puso en la senda del río camino de mi viejo molino. Y ahora, en mi desesperación, no tengo nada con qué compensarla, tan solo una mentira compartida, el lienzo de su madre desnuda sobre las piedras del río, cerca de la pequeña presa donde solíamos hacer el amor.


Neuromante


sábado, marzo 21, 2009

El judío de Shanghai (Emilio Calderón)




Premio de Novela Fernando Lara 2008. Una novela llena de exotismo, aventura, emociones y amores cruzados en la segunda guerra mundial.

Corre el año 1943 y el ejército japonés, que controla la ciudad de Shanghai en su totalidad, establece el único gueto judío del mundo que no está en manos de los nazis. El libro nos narra los años de ocupación japonesa en la ciudad de Shanghai -«la ciudad más arriba del mar»-, la represión y el sometimiento del pueblo chino, la creación de un «ghetto» para judíos apátridas y el nacimiento de la China maoísta. Y, entre estos acontecimientos históricos, surgen los principales personajes de la novela: el quijotesco e ingenuo Martín Niboli, cónsul español y narrador de la historia; el matrimonio judío formado por León y Nora Blumenthal que llega a la ciudad en 1939, cuando la ciudad era puerto franco y aún conservaba intacta toda su fascinación. La joven y atolondrada Nora quedará fascinada por la bulliciosa y divertida vida social en la cual se integran. Y, además, un numeroso grupo de personajes secundarios: unos reales y otros ficticios configurados de tal manera que nos llevarán por una trama argumental bastante bien diseñada.

El autor hace un exhaustivo y erudito recorrido por las distintas zonas de la ciudad, previos a la ocupación japonesa y después de la llegada de estos en 1941 y su entrada en la guerra mundial, tras el ataque a Pearl Harbour. El trabajo de documentación es notable, pues describe con minucioso detalle las calles y barrios de la ciudad, los hoteles, clubs, salas de fiesta e, incluso, las canciones de la época. En una palabra, todo el ambiente autóctono e internacional de aquella Shanghai cosmopolita.

Relata con bastante crudeza la vida en el «ghetto» judío, los fumaderos de opio y los padecimientos de las llamadas «esclavas sexuales» del ejército japonés que eran tratadas salvajemente, como así nos cuenta uno de los personajes más conmovedores de esta trama: Nube Perfumada. Las diversas historias de amor y sometimiento, vivencias llevadas al límite y ciertas dosis de misterio y espionaje, conforman círculos encadenados que se desarrollarán conforme avanza la novela y su final.

Se trata de la segunda obra del autor sobre China, país que parece fascinarle, aunque, a decir verdad, es mucho más madura y estructurada que la anterior.

viernes, marzo 20, 2009

El orden alfabético (Juán José Millás)




En uno de esos mundos que Juan José Millás crea por el solo poder de su mirada, el orden alfabético se impone al lógico. Entonces, el uno va antes del dos, comemos, desayunamos, cenamos antes de comer, la lencería no está en un cajón, sino entre fémur y la lengua... Un caos perfectamente organizado. Pero algo peor puede aún suceder. ¿Qué pasaría si en este orden alfabético se empezaran a perder letras? Las orejas se transformarían en orejas y se quedarían sin circunvalaciones, las personas habitarían para siempre un mundo ideal. Este es un libro donde Juan José Millás introduce la revolución absoluta a partir del orden perfecto, y donde, por consiguiente, ninguna palabra, con su idea dentro, permanece en su sitio. Un mundo de reírse con el escritor más con lo desconcertante de nuestras «letras». Un desafío a todas las potencias del lector. Cuando lea este libro, usted será cómplice del caos más divertido y más inteligente jamás escrito. Y nunca, nunca más volverá a ver el mundo como antes. Es un cambio. Llena de ironía y de humor, es la novela más surrealista que se ha publicado en España desde los tiempos de Buñuel. La primera novela de acción en la historia de la literatura que protagonizan las palabras.

A tres metros sobre el cielo (Federico Moccia)




Babi es una estudiante modelo y la hija perfecta. Step, en cambio, es violento y descarado. Provienen de dos mundos completamente distintos. A pesar de todo entre los dos nacerá un amor fuera de todas las convenciones. Un amor controvertido por el que deberán luchar más de lo que esperaban. Babi y Step se erigen como un Romeo y Julieta contemporáneos en Roma, un escenario que parece creado para el amor.
A tres metros sobre el cielo es la primera obra de Federico Moccia. Publicado por primera vez en 1992 en una edición mínima pagada por el propio autor y que se agotó inmediatamente, fue fotocopiado una y otra vez, y circuló de mano en mano hasta que se reeditó en 2004 y se convirtió en un espectacular éxito de ventas. Se han vendido más de un millón de ejemplares en Italia.


domingo, marzo 08, 2009

La sangre de los inocentes (Julia Navarro)




Algún día alguien vengará la sangre de los inocentes...

Soy espía y tengo miedo. Así empieza la crónica que escribe Fray Julián, notario de la Inquisición, cuando recibe la misión de relatar los enfrentamientos acaecidos en Montsegur (Francia) a mediados del siglo XIII. Las luchas de poder entre los cátaros y el control que, en nombre de la fe, lleva la Inquisición, propiciarán que la crónica del fraile sea un valioso tesoro a descubrir. Su última frase - algún día, alguien vengará la sangre de los inocentes - se convertirá en un enigma a descifrar de generación en generación. Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, Ferdinand verá con sus propios ojos como el mundo se desintegra. Tiempo después, a principios del siglo XXI, Raimón de la Pallisiére, hijo del aristócrata francés, recurrirá a El Facilitador, un hombre que desde la sombra maneja los hilos de poder, para un único fin: cumplir la sed de venganza por tanta sangre derramada a lo largo de la Historia.