El otro día leí en el periódico una noticia tan curiosa como sobrecogedora, aunque habrá quién le encuentre su lado chusco: un enterrador falleció al venírsele encima la tierra destinada a ser túmulo de la tumba que excavaba. Este tipo de sucesos son los que le hacen ver a uno el remolino de paradojas cósmicas a la que ha de enfrentarse nuestro maltrecho carácter humano. ¡Qué fatídico destino poseía este pobre hombre para perecer de semejante manera! ¿Quién le diría a él -que seguramente sentía una cierta sensación de suficiencia mientras cubría el foso de los demás con pesadas paladas de tierra- que no necesitaría de la mano de ningún otro hombre para cavar su propia tumba?
Claro que el anecdotario crece día a día y hoy nos sorprenden en el telediario con la noticia de un hombre chino que, a pesar de ser el primer trasplantado de pene del mundo y del éxito de la operación, quiere que se lo vuelvan a quitar, debido al rechazo psicológico que le provoca. No sabría decir qué es más extravagante, si la operación en sí o la decisión del trasplantado. Llegados a este punto, hay que tirar de empatía y tratar de ponerse en la piel del paciente. A mí, desde luego, no me agradaría demasiado andar por ahí con la pilila de otro por muy dotado que estuviese el donante. Bien contento que estoy con la mía para que en caso de perderla accidentalmente (cruzo los dedos para que nunca suceda) alguna otra pueda venir a sustituirla, así, tan alegremente. Por lo que, solidarizándome con el chino en cuestión, comprendo su decisión y la comparto plenamente: mejor castrado hasta la máxima expresión que con picha prestada. Por otro lado, uno no puede evitar hacerse preguntas también sobre el donante: ¿habrá sido suya la decisión, anterior a su muerte inmediata, o sería la familia quién la tomó por él? ¿tan orgulloso estaba de su pene para andar por la vida dispuesto a donarlo al primer necesitado que lo demandase? Los interrogantes pueden parecer absurdos pero mucho me temo que de aquí a nada andaremos a vueltas con el debate ético y legal sobre estas cuestiones. No deja de ser curioso que, si bien defiendo al chino, desde el punto de vista del donante, la actitud del oriental puede interpretarse como un acto de soberbia imperdonable, al despreciar lo más íntimo de la natural generosidad del otro. ¡Menudo lío!
En fin, así de complejo y de simple es a la vez el ser humano. Recuerdo uno de los ensayos de Borges (La muralla y los libros - Otras inquisiciones) en el que se sorprende de que, Shih Huang Ti, promotor de una de las obras más ostentosas del mundo, la Gran Muralla China, fuese a la vez el instigador de que se quemasen todos los libros anteriores a su imperio con la intención de borrar cualquier huella de la historia precedente. Magnificencia en la construcción y la destrucción que lleva a Borges a interrogarse sobre la relación temporal y causal de estos dos hechos tan inmensos como opuestos. Las conclusiones a las que se puede llegar nunca son definitivas ni lo suficientemente convicentes como para afirmar que todo tiene una explicación razonable. Por eso, todas las opiniones son potencialmente válidas y nosotros, pura paradoja.
Claro que el anecdotario crece día a día y hoy nos sorprenden en el telediario con la noticia de un hombre chino que, a pesar de ser el primer trasplantado de pene del mundo y del éxito de la operación, quiere que se lo vuelvan a quitar, debido al rechazo psicológico que le provoca. No sabría decir qué es más extravagante, si la operación en sí o la decisión del trasplantado. Llegados a este punto, hay que tirar de empatía y tratar de ponerse en la piel del paciente. A mí, desde luego, no me agradaría demasiado andar por ahí con la pilila de otro por muy dotado que estuviese el donante. Bien contento que estoy con la mía para que en caso de perderla accidentalmente (cruzo los dedos para que nunca suceda) alguna otra pueda venir a sustituirla, así, tan alegremente. Por lo que, solidarizándome con el chino en cuestión, comprendo su decisión y la comparto plenamente: mejor castrado hasta la máxima expresión que con picha prestada. Por otro lado, uno no puede evitar hacerse preguntas también sobre el donante: ¿habrá sido suya la decisión, anterior a su muerte inmediata, o sería la familia quién la tomó por él? ¿tan orgulloso estaba de su pene para andar por la vida dispuesto a donarlo al primer necesitado que lo demandase? Los interrogantes pueden parecer absurdos pero mucho me temo que de aquí a nada andaremos a vueltas con el debate ético y legal sobre estas cuestiones. No deja de ser curioso que, si bien defiendo al chino, desde el punto de vista del donante, la actitud del oriental puede interpretarse como un acto de soberbia imperdonable, al despreciar lo más íntimo de la natural generosidad del otro. ¡Menudo lío!
En fin, así de complejo y de simple es a la vez el ser humano. Recuerdo uno de los ensayos de Borges (La muralla y los libros - Otras inquisiciones) en el que se sorprende de que, Shih Huang Ti, promotor de una de las obras más ostentosas del mundo, la Gran Muralla China, fuese a la vez el instigador de que se quemasen todos los libros anteriores a su imperio con la intención de borrar cualquier huella de la historia precedente. Magnificencia en la construcción y la destrucción que lleva a Borges a interrogarse sobre la relación temporal y causal de estos dos hechos tan inmensos como opuestos. Las conclusiones a las que se puede llegar nunca son definitivas ni lo suficientemente convicentes como para afirmar que todo tiene una explicación razonable. Por eso, todas las opiniones son potencialmente válidas y nosotros, pura paradoja.
Neuromante