El tono con el que está narrada esta preciosa obra recuerda mucho al que empleó Julio Llamazares en La lluvia amarilla y que se publicó tres años antes. En un tono intimista y sincero, se nos narran los estragos que la Guerra Civil hizo en la sociedad española. El desgarro social amenazaba con dejar exangües las esperanzas de todos aquellos españoles que lucharon contra las tropas nacionales. La obra es sobrecogedora e incluso puede hacernos derramar amargas lágrimas mientras leemos la extensa epístola que una madre escribe a su hijo.
En la última edición de la obra (mayo de 2000), Rafael Chirbes opta por suprimir el que, hasta ahora, había sido el capítulo final. Según cuenta él, el hecho de incluir ese capítulo a modo de epílogo para devolver al lector al presente narrativo del que lo había hecho partir, viene motivado por un 'voluntarismo literario [...] un criterio de circularidad'. Tras unos cuantos años de maduración, el autor ha optado -y con acierto- por suprimir dicho fragmento del texto, pues no tiene sentido -en el mundo narrativo de la obra- que el tiempo dicte justicia, pues la vida de los españoles que sufrieron la guerra y la posterior dictadura careció en todo momento de eso mismo, de justicia. Así pues, ahora la obra finaliza con una protagonista sumida en 'su propia rebeldía y desesperación, que al cabo, son también las del autor'.
La obra puede dividirse en dos partes fundamentalmente, una la de la trágica contienda y sus consecuencias inmediatas y dos, la superación parcial de las dificultades de los vencidos y la ingratitud que reciben de sus propios hijos y familiares. He de decir que esta primera parte es muy superior a la segunda, tanto es así, que hay pocas páginas que hayan sabido reflejar con tanta precisión la sensación de ahogo de los vencidos en el nuevo orden social que impusieron los partidarios de lo que se denominó 'alzamiento' y no era sino un golpe de estado. El personaje que escribe la extensa carta narra cómo ha discurrido su vida en su pueblo, una vida llena de amargura, en la que los fusilamientos, las penurias, el hambre y las burlas de los partidarios del Régimen eran parte de la cotidianeidad. Las dificultades irán suavizándose según avanza el tiempo narrativo pero la protagonista seguirá sufriendo pues la vida no hace más que darle reveses. Su amarga vida puede resumirse en una única palabra: ingratitud. Sus hijos -aquellos por los que tanto ha luchado- quieren tirar su casa ('solar' la llaman ellos despreciándola) para hacer un bloque de pisos. Como dice el propio autor, cuando se tira una casa se pierde la memoria, la vida de su inquilina y la memoria de los antiguos moradores es despreciada y desaparece a la vez que sus escombros son arrojados a un vertedero.
El estilo de La buena letra es simple y llano, no hacen falta artificios para armar este relato sobrecogedor en donde el egoísmo y la falta de escrúpulos de algunos personajes deja helado a todo aquél que se acerque a estas páginas. En definitiva, es un libro que merece ser leído, pues es un fiel testimonio de esa España tristemente desmembrada que gustaba de hurgar en la propia herida, una herida honda y difícil de cicatrizar que sólo puede ser producto de una guerra civil.
Miguel Ángel García Guerra