viernes, septiembre 05, 2008

Evanescencia


La eternidad puede llegar a ser tan inaprensible como la evanescencia de un simple instante. Pero son estos leves momentos, amor, los que me revelan lo eterno en toda su inmensidad. Son las siluetas de tus caderas cimbreantes las que anticipan el movimiento perpetuo de nuestros cuerpos valientes y la quietud pavorosa de nuestras almas cobardes. Cada duda engendra un suspiro y qué más da si la ligereza de un suspiro no es comparable a la fuerza del viento, si no es viento lo que desata esta locura; es franqueza, es ternura.

Cuando el vórtice te atrapa es inútil pensar ya en las causas, pues siempre hallarás una causa anterior a la primera. Lo único importante ahora es huir hacia adelante y dejarse arrastrar por la tormenta. Sí, ya sé, amor, que mejor que dejarse llevar es izar velas, pero mi corazón no navega, no nació para alargar el viento, sino para zozobrar a tu vera.

Qué fácil le resulta al diablo tentar a los que le temen. No se atrevería conmigo que ya conozco el infierno que es tu ausencia. Si he de regresar al orco que mi cuerpo se vaya acostumbrando al fuego, sobre todo al que no quema. Nunca fui amigo de lamentos y mucho menos de plañideras, que en los entierros es el muerto el que más sufre y quién menos se queja. ¡Bésame, amor, no apagues la primavera!
Neuromante