domingo, agosto 02, 2009

Canción triste del amor sicalíptico


Iba caminando por calles de papel,
tintineo de ilusiones tras cada pared,
un sol brillante en la noche oscura
y Pepito Grillo auguraba: es una locura,
¡nuuunca te va a querer!

El Miedo propuso tomar un taxi conmigo.
Me excusé, sin más, con el mejor cumplido;
apuré el paso hasta el bar de la esquina,
allí pedía limosna y propina
la flauta de un viejo mendigo.

¿Adónde vas tan aprisa, hermano? A estas horas ya ha cerrado El Corte Inglés.
¡Anda, no seas malo! Échame una monedita, mejor que sean tres: tengo hijos, esposa...
y un perro que mantener.


Eché mano al bolsillo, empecé a revolver.
Sólo llevaba recuerdos, mas nada que perder.
¡Lo siento, majestad! Sé que eres de ley
pero ya quisiera yo tener can, hijos y una mujer.

Tus notas hablan de un pobre que nunca dejó de ser rey.


Doblé al cabo la esquina de la rúa Zapardiel
donde una señora muy fina me esperaba en un motel.
Le metí en el escote lo que al otro le negué.
Dime, mi vida, preciosa, ¿qué le gusta a una mujer?
Lo que obtuve por respuesta fue el roce de su piel.

Me lié con el sostén y su minúsculo enganche.
Anduve algo más fino con las braguitas de encaje.
A falta de copa, bebí champán de su ombligo
y como buen actor la besé, al final del rodaje.
Amor, locura, pasión: velocidad y tocino.

Le juré amor eterno, me la llevaba conmigo.
No tan deprisa, corazón, escucha lo que te digo:
muchos como tú he visto que se las dan de listos,

pero no creas que sin parné nos volvemos mejores.
Somos lo que somos: la perdición de los hombres.


Discutí con ella porque no la daba convencido
y llamó a su fiel maromo, un tipo bien fornido.
Sin mediar ni palabra, me mandó dos guantazos:
con uno vi las estrellas, con el otro renegué de Cupido.
¡Como escuecen las lágrimas con la cara hecha pedazos!

Con el rabo entre las piernas, con un ojo malherido,
como caballo furioso huí bufando a galope tendido.
Regresé por el mismo sitio, el único que alumbraba la noche.
Allí quedaba el mendigo riéndose a troche y moche.
Por no darle sus tres monedas, lo tenía bien merecido.

Un coche pasó rozando, me salpicó el abrigo.
En él iban el Miedo truhán y Pepito Grillo.
Le hice señas a un taxi a ver si estaba en servicio.
Ahora ya es tarde, amigo, acabo de bajar bandera.
Avancé después con mi pena, mi única fiel compañera.

Regresaba a mi casa de papel mojado,
perros coléricos tras cada enrejado,
farolas amamantando mosquitos,
un gato negro en aquel tejado.
¡Cómo duele el amor! - maullé a grito pelado.


Neuromante