En las calles de Rio de Janeiro, no sólo en sus playas, tropieza uno a cada paso con esplendorosas mujeres, blancas, mulatas o negras, casi completamente desnudas, que muestran unas nalgas gloriosas, redondas y firmes, como estatuas griegas. La tanga, ese pequeño taparrabos que pasa entre ellas, no llega a esconderlas, y sus orgullosas propietarias --las calipigias mujeres brasileñas-- las lucen como el tesoro que, efectivamente, son.
Calipigio, palabra que, inexplicablemente, no figura en los diccionarios más comunes de español, proviene del griego kalipygos, voz usada para designar la famosa estatua de Afrodita, conocida en castellano como la Venus calipigia, atesorada en el Museo Real de Nápoles. Se trata de una copia romana de una escultura griega encontrada, se dice, en la domus áurea de Nerón, que luego pasó al Palacio Farnese, de ahí al del rey de Nápoles y de él a su localización actual. La voz griega está formada por kallos ‘bello’ (como en caligrafía) y pyge ‘nalgas’.